Ya tenia ganas de traer por el blog esta receta porque, desde que me lancé a finales del verano pasado y me atreví a hacer mi primera mermelada, ¡no he parado de probar nuevos sabores!
El tema de las mermeladas, las conservas o los encurtidos siempre me han llamado la atención. Además, me recuerdan muchísimo a mi abuela. La verdad es que no recuerdo si hacía muchas o pocas conservas, pero tengo varios recuerdos de mi infancia viéndola trastear con las ollas en la cocina, hirviendo botes y luego encontrármelos en hileras boca abajo esperando a que se enfriaran. Guardar la comida así o crear una mermelada me parecía algo mágico.
Y tan mágico era para mí que, como os he comentado antes, hasta finales del verano pasado no probé a hacer mermelada por primera vez. Y lo mejor de todo es que me lancé casi sin pensarlo, tras comprar una mermelada en el supermercado que al abrirla nos pareció más un bote de gelatina que de mermelada. Me dio tanto repelús que me dije, hasta aquí hemos llegado, a partir de la semana que viene pruebas a hacer mermelada.
Y fue dicho y hecho. Comencé con los melocotones, luego vinieron las ciruelas y la última que he probado es la que os traigo hoy, la de fresas. La verdad, viendo lo poco que cuesta hacerla, lo que dura y lo rica que está, me arrepiento de no haberlas probado antes.
Lo mejor de todo es que, al hacerla tú, la puedes ajustar a tus gustos. Rebuscando recetas encontré varias que la hacían con la mitad de la cantidad de azúcar habitual, un punto que me gustó mucho porque siempre intento reducir el azúcar en la repostería del día a día.
Además, nosotros no le ponemos gelatina, como mucho una cucharadita de agar-agar si veo que queda muy líquida, aunque en esta de fresas no hizo falta. También he de deciros que a nosotros nos gusta un poco líquida y con buenos tropezones, que se note la fruta de vez en cuando, así que por eso no solemos espesarla más.
Os animo a que, si no la habéis hecho ya, probéis a preparar mermelada en casa. Cualquier desayuno o merienda con ella os sabrá a gloria. Y las tartas como esta, ¡ni os cuento! ;)
El tema de las mermeladas, las conservas o los encurtidos siempre me han llamado la atención. Además, me recuerdan muchísimo a mi abuela. La verdad es que no recuerdo si hacía muchas o pocas conservas, pero tengo varios recuerdos de mi infancia viéndola trastear con las ollas en la cocina, hirviendo botes y luego encontrármelos en hileras boca abajo esperando a que se enfriaran. Guardar la comida así o crear una mermelada me parecía algo mágico.
Y tan mágico era para mí que, como os he comentado antes, hasta finales del verano pasado no probé a hacer mermelada por primera vez. Y lo mejor de todo es que me lancé casi sin pensarlo, tras comprar una mermelada en el supermercado que al abrirla nos pareció más un bote de gelatina que de mermelada. Me dio tanto repelús que me dije, hasta aquí hemos llegado, a partir de la semana que viene pruebas a hacer mermelada.
Y fue dicho y hecho. Comencé con los melocotones, luego vinieron las ciruelas y la última que he probado es la que os traigo hoy, la de fresas. La verdad, viendo lo poco que cuesta hacerla, lo que dura y lo rica que está, me arrepiento de no haberlas probado antes.
Lo mejor de todo es que, al hacerla tú, la puedes ajustar a tus gustos. Rebuscando recetas encontré varias que la hacían con la mitad de la cantidad de azúcar habitual, un punto que me gustó mucho porque siempre intento reducir el azúcar en la repostería del día a día.
Además, nosotros no le ponemos gelatina, como mucho una cucharadita de agar-agar si veo que queda muy líquida, aunque en esta de fresas no hizo falta. También he de deciros que a nosotros nos gusta un poco líquida y con buenos tropezones, que se note la fruta de vez en cuando, así que por eso no solemos espesarla más.
Os animo a que, si no la habéis hecho ya, probéis a preparar mermelada en casa. Cualquier desayuno o merienda con ella os sabrá a gloria. Y las tartas como esta, ¡ni os cuento! ;)